La renuncia de Juan Carlos La BombaRodríguez a su puesto como Comisionado de la Federación Mexicana de Futbol (FMF) es un síntoma más de la crisis crónica que aqueja al futbol mexicano. Su llegada, tras el fracaso de Qatar 2022, se vislumbraba como un cambio estructural necesario para redirigir el rumbo del deporte en el país. Sin embargo, su salida abrupta evidencia que las promesas de transformación se diluyen en un mar de intereses económicos y disputas internas.

El pretexto oficial para su dimisión: “motivos personales”. Pero en un entorno tan politizado como el del futbol mexicano, es difícil no sospechar que detrás de esas palabras se esconden desacuerdos irreconciliables con los dueños de los clubes. La falta de consenso en el manejo del Fondo de Inversión de Apollo Global Management —una jugosa apuesta de 1,300 millones de dólares para modernizar la infraestructura y mejorar la experiencia del aficionado— parece haber sido la gota que derramó el vaso. ¿Cómo se puede avanzar cuando la avaricia y la falta de visión colectiva dominan el panorama?

Rodríguez representaba una rara figura que buscaba alinear a los diversos actores del futbol mexicano bajo un proyecto común. No obstante, su esfuerzo colisionó con el egoísmo que históricamente caracteriza a los dueños de los equipos, quienes parecen más preocupados por proteger sus intereses de corto plazo que por pensar en un futuro sostenible para el deporte. ¿Cuántas veces hemos escuchado discursos grandilocuentes sobre “reformas profundas” que nunca se concretan? La salida de Rodríguez es un deja vu que deja claro que el statu quo siempre gana.

La propuesta del fondo de inversión era controvertida, sí, pero también representaba una oportunidad única. Entregar entre el 10% y el 20% de los ingresos de derechos de televisión, patrocinios y taquillas parecía un precio alto, pero ¿acaso no vale la pena si con ello se garantiza una Liga MX más competitiva y atractiva? En lugar de debatir con visión y profesionalismo, los dueños optaron por la parálisis, atrapados en su propia desconfianza.

El problema del futbol mexicano no es la falta de dinero; es la falta de liderazgo y unidad. Rodríguez, con sus aciertos y errores, intentó ser ese líder, pero enfrentó un sistema diseñado para fracasar. Los clubes son feudos independientes donde cada propietario se erige como rey, incapaz de ceder poder en favor de un bien común. Mientras otras ligas en el mundo crecen gracias a la planificación y la transparencia, la Liga MX sigue atascada en disputas mezquinas.

La renuncia de “La Bomba” no es solo un fracaso personal, es un recordatorio de que el futbol mexicano necesita una revolución profunda que va más allá de nombres o promesas vacías. Es una llamada de atención para todos los que aman este deporte, desde los aficionados hasta los patrocinadores. Si no se exigen cambios reales, el futbol mexicano continuará su lenta decadencia, perdiendo no solo en la cancha, sino también en el corazón de quienes aún creen en su potencial.

Esta columna no busca glorificar a Rodríguez, pero sí invita a reflexionar sobre las causas estructurales que provocaron su salida. Hasta que no se rompa con las inercias que mantienen a nuestro futbol en la mediocridad, los cambios serán siempre cosméticos. Y así, el balón seguirá rodando, pero sin rumbo.