El ciclismo mexicano vive un momento tan brillante como frágil. Brillante porque Isaac del Toro, el joven de Ensenada, está firmando una temporada de ensueño; frágil porque la suspensión de la Federación Mexicana de Ciclismo por parte de la UCI deja en el aire el respaldo que un corredor de sus cualidades necesita para aspirar a lo más alto.

Del Toro volvió a dar una lección en Italia, donde ganó la edición 77 del Trofeo Matteotti. En un trazado de 193 kilómetros divididos en 12 vueltas, con ascensos cortos pero explosivos como la Salita Tiberi, el Colle Scorrano y el Montesilvano Colle, el mexicano resistió, atacó y venció a rivales de talla mundial como Richard Carapaz, Davide Formolo o Rui Costa. Fue su cuarta victoria en una semana y la número 12 en la temporada, todas conseguidas en un calendario europeo de máximo nivel.

Los números y los rivales vencidos no mienten: Isaac está en la mejor forma de su carrera y su ambición lo proyecta como uno de los hombres a seguir en el próximo Campeonato Mundial de Ruta en Ruanda, el 28 de septiembre. Pero el problema está en lo extradeportivo: hasta ahora, nadie ha confirmado quiénes serán sus coequiperos, ni qué staff técnico lo acompañará en esa cita histórica.

Un ciclista de su talla necesita un equipo que le arrope, que trabaje para él, que lo proteja en los momentos clave y que le permita desplegar su potencia en el final. Sin ello, por más talento que tenga, se encontrará en clara desventaja frente a selecciones organizadas y estructuradas.

La paradoja es dolorosa: México tiene al ciclista más prometedor de su historia reciente, pero no tiene una federación capaz de respaldarlo. Isaac del Toro ya ha demostrado que puede ganar solo, que tiene piernas, cabeza y corazón. Pero en el ciclismo de élite nadie gana verdaderamente solo.

Si México quiere que su mejor carta brille en Ruanda, es urgente resolver la vulnerabilidad que le impone la crisis federativa. Del Toro está listo; la pregunta es si el país y sus dirigentes lo estarán a la altura de su grandeza.