Hace unos días, el mundo del ciclismo mexicano volvió a estremecerse con la noticia que ninguna familia quisiera recibir: el fallecimiento de una joven ciclista veracruzana. Una vida llena de sueños, talento y disciplina que terminó de forma inesperada en la carretera de Santa Fe Toluca. No fue el primero, y dolorosamente sabemos que no será el último accidente que cobrará la vida de un ciclista. Pero también sabemos que sí podemos hacer algo para reducir ese riesgo.
El ciclismo es, por naturaleza, un deporte de alto riesgo. Quien rueda en carretera convive con el peligro cada día: vehículos que no respetan, conductores distraídos, infraestructura insuficiente. Las familias lo sabemos; aun así apoyamos a nuestros hijos porque el deporte forma su carácter, su fuerza y su propósito. Pero eso no elimina el miedo con el que vivimos cada vez que salen a entrenar.
Por eso lo sucedido hace unos días vuelve a encender una alarma que muchos preferirían no escuchar. No basta con lamentar el accidente. Tampoco basta con decir que “así es el ciclismo”, porque aun cuando eso es cierto, también lo es que los riesgos pueden disminuir cuando existe voluntad y prudencia.
Hoy esa voluntad tendría que venir del Estado mexicano. Y más concretamente, de un cambio urgente en la manera en que se organizan las concentraciones y entrenamientos de los equipos nacionales. Si algo pedimos como madres y padres es sencillo de entender: que los jóvenes seleccionados puedan concentrarse en ciudades y estados donde existan carreteras más seguras y con menor tránsito. Y no en el CENAR en donde salen a pedalear en las avenidas más transitadas del país y las carreteras con más afluencia vehicular.
El país tiene opciones. Aguascalientes, por ejemplo, se ha consolidado como un nodo natural para ciclistas de pista y ruta. Hidalgo es otra alternativa privilegiada para trabajos de carretera. Y aún hay regiones donde, aunque parezca increíble en estos tiempos, todavía se puede rodar con relativa tranquilidad. ¿Por qué no aprovecharlas de manera sistemática?
No nos engañemos: ni siquiera el mejor plan acabará por completo con los accidentes. El que está vivo, tarde o temprano, enfrenta riesgos. Pero eso no significa que debamos aceptar la fatalidad. Significa que hay que reducirla, administrarla, anticiparla. Y en eso, el gobierno federal, a través de Conade y junto con las Federacion y asociaciones estatales, pueden hacer mucho más.
Ojalá la presidenta Claudia Sheinbaum escuche este llamado, no como una exigencia política, sino como una súplica humana. Somos cientos de familias que vemos a nuestros hijos e hijas salir cada mañana con su bicicleta sin saber si regresarán con bien. Ese temor no desaparecerá, pero sí puede disminuir si el Estado hace su parte.
El ciclismo mexicano tiene futuro, talento y una tradición que se remonta a principios del siglo pasado. Honremos esa historia cuidando a quienes hoy la construyen. Que la muerte de una joven ciclista no quede solo como un lamento más. Que sea, al menos, el motivo para empezar a proteger mejor a quienes sueñan con pedalear por México y por el mundo.
















