Una vez más, los galos hicieron una demostración de lo que es Francia, durante las casi cuatro horas que duró la ceremonia. Lo dije y lo sostengo, es un país que tiene un “je ne sais quoi” que enamora hasta la médula.
Solamente ellos saben cómo dar un gran espectáculo, pero no se redujo solo a eso, también a cimbrarnos con un gran mensaje. Nos contaron una historia, de cómo es nuestra sociedad. Nos encanta jactarnos de que somos “incluyentes”, y que aceptamos a todos, cuando en realidad, les damos la espalda.
Y nos admiramos de que gente con discapacidades hacen deporte, o alguna otra actividad y “brillan”, como si se tratara de bichos raros. Las más de las veces los volteamos a ver con cierto interés por su “exotismo”, esa rareza que en realidad no es tal.
Y es que no es sencillo entender que simplemente hay seres humanos con distintas capacidades. Es por eso lo histórico de esta justa paralímpica que está por empezar.
De entrada, hay que decir que estos juegos se celebran desde la Olimpiada de Roma, en 1960; pero la historia de por qué surgieron es muy interesante. Después de la Segunda Guerra Mundial, muchos solados quedaron discapacitados, ya fuera por la falta de algún sentido, o por la falta de un miembro, y se volvieron necesarias muchas formas de rehabilitación para ayudarles a reincorporarse de la mejor manera a la sociedad.
Y la idea fue de un doctor de nacionalidad alemana, pero contrario al régimen nazi, el neurólogo Ludwig Guttmann a quien se considera el fundador de los Juegos Paralímpicos. Lo destacable de su labor es que no se ciñó únicamente a la rehabilitación física.
Para este médico era importante contrarrestar las acciones antisociales que pudieran presentar los veteranos de guerra, y combatir también la depresión, ansiedad, la pérdida de la autoestima e incluso el autoaislamiento, y vio en el deporte una salida a ese problema.
El Hospital de Stoke Mandeville, es el origen de los Juegos Paralímpicos, así como en los Juegos Olímpicos el origen está en Atenas, en este tipo de justa deportiva lo fue un nosocomio en Gran Bretaña, ubicado en el condado de Buckinghamshire, en la capital de Aylesbury, en el sureste de Inglaterra.
Como dato curioso y anecdótico, cuando en nuestro país se realizaron los Juegos Olímpicos de 1968, ante la duda de que sí podíamos ser capaces de albergar también los Juegos Paralímpicos, se decidió que mejor no, que “muchas gracias por participar”, y ese año los paralímpicos se llevaron a cabo en Israel.
A partir de 1988 tanto los Juegos Olímpicos como los paralímpicos comparten ciudad sede, a diferencia de los años anteriores. Los atletas paralímpicos se clasifican por distintas discapacidades, la más evidente la física, sigue la visual y la menos notoria, la discapacidad intelectual.
Uno de los más grandes impactos de transmitir por plataformas de streaming e internet estos juegos, es la posibilidad de que los empleadores volteen a ver a las personas que tengan alguna discapacidad; esto es, les da visibilidad. Y es por este motivo que no saben cuánto agradezco que Francia, en la ceremonia de inauguración, haya tirado la casa por la ventana.
Me encantó la mezcla de atletas, y que en el recorrido del encendido del pebetero, un atleta olímpico pasara la estafeta a un atleta paralímpico. Como bien lo señalaron, lo que quieren es que dejemos de verlos como “extraños”, o que los miremos con condescendencia.
Y nada mejor que explicar esto a través de una danza entre bailarines “normales” y los “discapacitados”, usando la canción “Born to be alive”, del artista francés Patrick Hernández. En esta ocasión interpretada por Christine and the Queens, una cantante francesa andrógina, que hizo llegar el mensaje mejor que nadie.
¿Cómo no estar extasiados de estar vivos? Ese finalmente es el sentido de la justa deportiva: desarrollar nuestras habilidades y competir contra otros por la gloria de una medalla, en esta ocasión, paralímpica.
Por supuesto que el escenario no podía ser mejor, la Place de la Concorde, con el obelisco de Luxor, en el inicio de la “Avenue des Champs-Élysées” por un lado, y por el otro la entrada al “Jardin des Tuileries”, donde -una vez más- se eleva el globo aerostático de los hermanos Montgolfier, pioneros en la aviación.
Durante la ceremonia nos deleitaron desde los clásicos de Charles Aznavour como “Emmenez-moi”, o la popular canción de Joe Dassin “Les Champs-Elysées”, pasando por una versión moderna de Non, je ne regrette rien del ruiseñor francés, la gran Edith Piaf, hasta llegar a una bellísima interpretación del Bolero, de Maurice Ravel.
Aprovecho estas líneas para desearles a todos nuestros atletas paralímpicos muchísimo éxito, así como al Comité Paralímpico, que en redes sociales está “a todo lo que da” y que interactúa de muy bella manera con quienes admiramos a estos grandes atletas, y nos contagian con su “joie de vivre”. Todo nuestro apoyo, les estaremos siguiendo puntualmente.