La quinta etapa de la Vuelta a España volvió a recordarnos la belleza y la complejidad de una disciplina que, poco a poco, parece caminar hacia su desaparición: la contrarreloj por equipos. Sobre los 24,1 kilómetros de Figueres, el UAE Team Emirates se llevó la victoria y, de paso, puso a tres de sus hombres —Juan Ayuso, João Almeida y Marc Soler— en el segundo, tercer y cuarto lugar de la general. Sin embargo, el golpe final lo dio Jonas Vingegaard, que recuperó el maillot rojo gracias a la solidez del Visma-Lease a Bike, confirmando que esta modalidad sigue siendo decisiva cuando se la incluye.

El espectáculo fue notable, pero la pregunta queda abierta: ¿estamos asistiendo a las últimas páginas de la historia de la contrarreloj por equipos?

Esta disciplina es quizá la más técnica del ciclismo de ruta. Requiere precisión, compenetración y un grado de coordinación que no se alcanza en un par de entrenamientos. Los ciclistas deben sincronizar sus relevos, calentar de forma idéntica y mantener un ritmo que no rompa la armonía del grupo. El director deportivo, a través de los radios, funge como un metrónomo que guía la danza. Y aun así, basta un desfallecimiento para que todo el esfuerzo se venga abajo, pues el tiempo que cuenta es el del cuarto corredor en cruzar la meta.

Pero precisamente su nivel de exigencia es lo que la tiene contra las cuerdas. Para preparar una contrarreloj por equipos no basta con la calidad individual: hacen falta concentraciones, material específico (bicicletas, cascos, ropa), horas de práctica conjunta y, sobre todo, tiempo. En un calendario cada vez más saturado y en una vida profesional que ya exprime al máximo a los ciclistas, esa logística resulta más un problema que una ilusión.

No es casualidad que el Giro de Italia haya dejado de programarla desde 2015 y que el Tour de Francia la incluyera por última vez en 2019. La Vuelta, en cambio, todavía la defiende: esta ha sido la 17ª vez que se disputa en lo que llevamos de siglo. Pero si los dos grandes colosos del WorldTour ya le dieron la espalda, parece difícil que sobreviva mucho más.

Y, sin embargo, la contrarreloj por equipos tiene un encanto irrepetible. Es la única prueba en carretera donde el ciclismo de verdad se vive como un deporte colectivo, donde el gregario tiene el mismo peso que el líder, y donde el triunfo se construye pedalada a pedalada en perfecta sinfonía. Hoy lo vimos en Figueres: emoción, drama y un vuelco en la clasificación general que coloca a Vingegaard en lo más alto y deja claro que, mientras exista, la CRXE seguirá marcando diferencias.

Quizá el ciclismo moderno ya no quiera invertir en ella. Pero quienes creemos en el valor de lo colectivo, en el arte de ganar en equipo, sabemos que si la contrarreloj por equipos desaparece, el ciclismo perderá mucho más que una etapa: perderá parte de su esencia.