Isaac del Toro no terminó con la maglia rosa, pero sí logró algo que vale tanto o más: prender el corazón de un país entero. Lo que hizo el joven de 21 años en el Giro de Italia va más allá de lo que marcan las estadísticas o los tiempos en la clasificación general. Isaac se convirtió en un fenómeno nacional. Un ciclista mexicano peleando en una de las grandes vueltas del calendario mundial captó la atención de millones, muchos de los cuales, hasta hace poco, no sabían ni lo que era una etapa de montaña.

Sí, hubo críticas. Desde algunos aficionados ecuatorianos hasta ciclistas británicos, hubo quien cuestionó que no pudiera defender el liderato en la etapa 20. Pero mientras ellos hablaban, México lo celebraba. Porque Isaac puso al país en el mapa del ciclismo internacional y, lo más importante, nos hizo creer.

Durante tres semanas, su nombre sonó en escuelas, mercados, redes sociales y medios que rara vez voltean a ver al ciclismo. Su entrega, su coraje y su humildad conquistaron a una nación. ¿Cuántos deportistas pueden presumir algo así? ¿Cuántos atletas logran emocionar a un país entero en una disciplina que históricamente ha tenido poca difusión en México?

En el camino aparecieron los “expertos” de siempre, esos que aseguran haber seguido su carrera desde juvenil. También los políticos que aprovecharon para colgarse del éxito, diciendo que fue gracias al apoyo del gobierno. Pero todos sabemos que lo que Isaac ha logrado es fruto de su esfuerzo personal, del respaldo de su familia, y de un talento que brilla con luz propia.

Y aquí hay una lección clara para quienes dirigen al deporte mexicano: necesitamos invertir más en nuestros atletas, en nuestras promesas, en los jóvenes que entrenan sin reflectores pero con el mismo sueño. El ciclismo, como tantos otros deportes, necesita estructuras, apoyos, visión.

Isaac del Toro no solo fue protagonista en el Giro de Italia. Fue un punto de inflexión. Una chispa que encendió a México y que, si sabemos aprovechar, puede abrir una nueva etapa para el deporte nacional. Porque el futuro ya llegó. Y se llama Isaac.