El ciclismo, como la vida, está hecho de momentos en los que el corazón late más fuerte que las piernas. Este martes, el joven de Ensenada, Isaac del Toro, se paró en los pedales, miró al frente… y al grito de guerra, ¡ganó!
Ganó una etapa épica en San Michele all’Adige. Ganó respeto. Ganó orgullo para México. Y sobre todo, ganó la certeza de que está hecho para escribir historia en las grandes vueltas.
Isaac resistió los embates de dos gigantes del pelotón mundial: Richard Carapaz, campeón olímpico y ganador del Giro, y Simon Yates, otro titán del ciclismo. Pudo con el durísimo Morirolo, donde parecía que se quedaba, pero en el descenso se reintegró con fuerza, inteligencia y corazón.
Faltaban apenas 9 kilómetros para la meta cuando lanzó un ataque fulminante. El pelotón puntero explotó. Solo Carapaz pudo seguirle el paso, colaborando con él para ampliar la ventaja frente a Yates. Pero a falta de kilómetro y medio, el Torito mexicano rugió con fuerza. Cambió el ritmo, soltó al ecuatoriano y se fue directo a la gloria.
Cruzó la meta con un gesto de rabia contenida, como diciendo: “Esta maglia rosa es mía y de nadie más.”
Ayer mismo, tras perder tiempo, había declarado sentirse orgulloso. Porque cuando das todo, incluso en la derrota, hay honor. Llegó exhausto. Dejó su alma en el asfalto. Pero hoy, se levantó. Se reinventó. Y se impuso con una valentía que pocas veces se ve en corredores de su edad.
Isaac, hoy le gritaste al mundo que en la bicicleta, como en la vida, hay más derrotas que victorias… pero que jamás hay que dejar de intentarlo. Hoy te diste una nueva oportunidad. Y la aprovechaste como un campeón.
¡Viva México! ¡Viva el ciclismo! ¡Y que breme el Torito!