Hoy despedimos con profundo respeto y gratitud a Isaías Garza, figura emblemática del ciclismo mexicano y regiomontano, un hombre cuya vida estuvo dedicada por completo a este deporte que tanto amó.
Tuve el privilegio de conocerlo en los años setenta, cuando aún era yo un joven que recién empezaba a vivir la pasión del ciclismo. Competir contra él en las clásicas del 5 de febrero fue, para mí, una experiencia formativa: Isaías era de esos ciclistas que no sólo imponían respeto por su fuerza en la ruta, sino también por su carácter noble y su entrega absoluta.
A principios de la década de los ochenta, tuve nuevamente el honor de coincidir con él, esta vez desde otra perspectiva: Isaías fue nuestro director técnico en el Club Ciclista Huracán, institución que ya en los años sesenta había tenido entre sus filas al legendario Radamés Treviño. Su liderazgo, siempre firme y a la vez humano, marcó a generaciones enteras.
Pero la grandeza de Isaías Garza trascendió su papel como corredor. Fue presidente de la Asociación de Ciclismo del Estado, impulsor incansable del ciclismo rural y guía de numerosos talentos de Nuevo León. Muchos de los ciclistas que hoy representan con orgullo a nuestra entidad dieron sus primeras pedaladas gracias a su orientación, su empuje y su capacidad para ver en cada joven un potencial campeón.
Durante muchos años estuvo al frente del velódromo Radamés Treviño, lugar al que dedicó su tiempo, su esfuerzo y su corazón. Cuidó aquella pista de 333 metros como quien cuida un hogar: con compromiso, con pasión y con un profundo sentido de responsabilidad hacia la comunidad ciclista.
Isaías Garza deja un legado inmenso, construido a base de trabajo, amor por el deporte y servicio a los demás. Su vida es ejemplo para todos quienes creemos en el ciclismo como una escuela de carácter y una forma de transformar vidas.

Descanse en paz Isaías Garza.
Su memoria seguirá pedaleando en cada vuelta del velódromo, en cada ruta y en cada ciclista que inspiró.
















