La Clásica de San Sebastián volvió a entregarnos una jornada de ciclismo puro: ataques valientes, estrategia de equipo, y una subida a Murgil que, como siempre, fue juez implacable. El triunfo fue para el italiano Giulio Ciccone, quien supo lanzar el ataque justo en el momento exacto y, sobre todo, aprovechar la desorganización de sus rivales. Pero el protagonismo no fue solo suyo.

Isaac del Toro volvió a estar en los reflectores, confirmando que no está aquí para pasearse, sino para competir en serio con la élite del ciclismo mundial. El joven mexicano estuvo en la fuga decisiva junto a Ciccone, colaborando, midiendo fuerzas, resistiendo el castigo de una carrera que no perdona. Todo parecía encaminado a un cierre dramático entre ambos, hasta que apareció Jan Christen, compañero de Del Toro en el UAE, quien alcanzó a los fugados justo antes de coronar el Murgil.

Y aquí todo cambió. Christen lanzó un ataque fuerte —¿demasiado fuerte?— que rompió la armonía, descolgó a Isaac y, en la práctica, sirvió la victoria en bandeja al italiano. Ciccone lo leyó mejor que nadie: contraatacó y se fue en solitario. El suizo pagó el esfuerzo. Isaac, agotado, llegó a 9 segundos del ganador. Tercero fue el siempre combativo Maxim Van Gils.

¿Decepcionante? Solo para los villamelones. Quien crea que Del Toro falló hoy no entiende lo que es una clásica de 211 kilómetros con seis puertos y una subida final que rompe piernas. No todos los días se gana, pero cada vez que Isaac aparece en los momentos clave de estas carreras, confirma que lo suyo no es un golpe de suerte. Lo suyo es calidad, disciplina, y visión a largo plazo.

Hoy no igualó la hazaña de Raúl Alcalá en 1992, pero va por el camino correcto. Con 21 años, Isaac ya tiene presencia en el pelotón, piernas para seguir a los mejores, y la inteligencia para saber cuándo resistir y cuándo atacar. El futuro le pertenece, y su presente ya está marcando época.