El Tour de Francia 2025 vivió una jornada agridulce. En medio de la majestuosidad de los Pirineos y del esfuerzo titánico de los hombres de la general, la montaña nos regaló una victoria inesperada y un adiós que partió el alma del ciclismo.
El neerlandés Thymen Arensman, del equipo INEOS Grenadiers, se llevó la etapa 14 con final en la mítica estación de Superbagnères, luego de una exhibición de temple, resistencia y visión de carrera. En una jornada de 182.6 kilómetros con casi 5,000 metros de desnivel acumulado, Arensman atacó desde lejos, aguantó los embates del grupo de favoritos y cruzó la meta con los brazos en alto, dedicando su triunfo al esfuerzo silencioso de los gregarios y a los días duros que no siempre se ven en televisión.
Pero la gloria de uno se mezcló con la tristeza de todos: Remco Evenepoel, tercero en la clasificación general hasta esta etapa, se vio obligado a abandonar la carrera a mitad del ascenso final. Visiblemente afectado, entre gestos de dolor físico y frustración emocional, el belga se bajó de la bicicleta con los ojos humedecidos. El cuerpo dijo basta. El Tour no perdona.
Evenepoel era uno de los grandes protagonistas de esta edición. Su lucha diaria, su agresividad en carrera y su tenacidad lo habían convertido no solo en un aspirante al podio, sino en el corazón de miles de aficionados. Su abandono deja un vacío inmenso en la competencia y un recordatorio brutal de lo que el Tour exige a quienes se atreven a desafiarlo.
Mientras Thymen Arensman celebraba la victoria más importante de su carrera, el rostro de Remco, abrazado por su staff y rodeado por el silencio respetuoso del público, nos recordaba que el ciclismo es también una historia de caídas, renuncias y derrotas que, lejos de restar grandeza, la multiplican.
En lo deportivo, el liderato de Tadej Pogacar permanece intacto. Jonas Vingegaard cruzó junto al esloveno, sin poder recortar segundos. Ahora, con Evenepoel fuera, Florian Lipowitz asciende al tercer lugar de la general, pero el podio queda abierto, más incierto que nunca.
Hoy, el Tour tuvo dos rostros: el del triunfo silencioso de Arensman y el del dolor digno de Evenepoel. Ambos, en sus extremos, nos recuerdan por qué este deporte es tan profundamente humano.